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La soledad de los mayores, una ‘epidemia’ creciente

Soledad

En España hay cerca de 4,7 millones de hogares unipersonales, 2 millones de los cuales (el 42,5 por ciento) están habitados por personas mayores de 65 años. La proporción de mujeres de edad avanzada que viven solas es significativamente superior a la de hombres: 1,4 millones frente a 0,6 millones, algo que se explica por la mayor mortalidad precoz de los varones. El 76,9 por ciento de las mujeres mayores que viven solas son viudas, frente al 43,2 por ciento de los hombres.

Podría pensarse que datos recientes proporcionarían una primera aproximación a la magnitud de la soledad de los mayores en España, pero cada vez son más las voces que proclaman que se trata de un problema de un calado mucho mayor. Así lo asevera Juan Gonzalo Castilla, coordinador del Grupo de Psicología del Envejecimiento de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), para quien “la clave no es la soledad objetiva (vivir solo), sino sentirse solo”.

Cuando se contempla la situación con esta perspectiva, Castilla calcula que se podría estimar “con mucha seguridad que más de 2,5 millones de personas mayores se sienten solas y que, de ellas, es posible que más de medio millón se sientan solas a menudo”.

Más allá de las cifras, desde el punto de vista cualitativo, se trata de “un tema muy oculto”, según Mari Carmen Martínez Altarriba, secretaria nacional de Semergen Solidaria, área de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria que está llevando a cabo un programa piloto para paliar la soledad en los ancianos. “Es una cuestión que atenta contra los derechos humanos, se considera un tipo de maltrato y la Organización Mundial de la Salud (OMS) la ha declarado como problema de salud”.

Impacto en la salud

Los efectos de la soledad en la salud de los mayores pueden ser múltiples. Para empezar, afecta a la salud mental y se asocia “a mayor riesgo de depresión, sobre todo si la soledad es sobrevenida e inesperada”, destaca Castilla. Asimismo, se relaciona con un mayor consumo de alcohol, una frecuencia superior de ansiedad y peor calidad del sueño.

Las personas solas tienen, según el psicólogo, “más riesgo de morir prematuramente, en torno a un 14 por ciento en algunos estudios y el doble de riesgo de mortalidad prematura que los obesos”.

Se ha comprobado que aumenta el riesgo de deterioro cognitivo y demencia, con peores puntuaciones en los diferentes test neuropsicológicos. Martínez Altarriba explica que se debe a la disminución de las relaciones sociales.

La experta añade que la situación de abandono que conlleva la soledad en los mayores conduce también a “una malnutrición, que repercute en un peor control de las enfermedades cardiovasculares y diabetes”, sin olvidar el posible incremento de la obesidad por los malos hábitos alimentarios y la vida sedentaria.

Por otro lado, la reducción de las salidas a la calle por carecer de compañía se traduce en un empeoramiento de las enfermedades de tipo óseo, como la artrosis. También hay que tener en cuenta el riesgo de infecciones por la falta de higiene.

Aumenta el riesgo de accidentes domésticos y, al estar solos, no ser atendidos rápida ni adecuadamente”, apostilla Castilla. En resumen, cuando se habla del impacto sobre la salud, “la soledad podría llegar a ser tan dañina como fumar 15 cigarrillos al día, según calculó la Academia Americana de Psicología en 2017”.

Hacia un cambio de modelo

Los expertos consideran que, aunque se trata de un problema complejo, son muchas las actuaciones que se pueden desplegar desde diferentes ámbitos, comenzando por los familiares y personas más cercanas. “Lo primero, y para mí más importante, es respetar la decisión de los estilos de vida que quieran tener sus seres queridos. La mayoría de las personas mayores prefieren vivir en sus casas, aunque sea solos, con sus recuerdos, su vida, sus hábitos, su entorno…”.

Martínez Altarriba considera fundamental potenciar las capacidades que les quedan y “evitar infantilizar a las personas mayores. Les hace mucho daño que les traten como a niños”.

El objetivo es que “su discapacidad no les aísle, procurar que se sientan útiles, que tengan relaciones sociales y que perciban que se les escucha, aunque estén contando la misma batalla que han relatado mil veces”.

Cara y cruz del avance social y cambio de modelo

El modelo de sociedad que se ha ido conformando ha favorecido el aumento de la soledad, especialmente en las personas de más edad. “La soledad es tan frecuente actualmente por el cambio estructural”, afirma categóricamente Mari Carmen Martínez Altarriba, secretaria nacional de Semergen Solidaria. “La familia, como base social, cada día está más desestructurada y es más difícil encontrar familias en las que vivan los padres, los hijos y los nietos”. De esta manera, la mujer, que “siempre fue la gran cuidadora”, ahora tiene que concentrarse en lidiar con sus propios problemas, que son en buena medida de índole laboral.

Juan Gonzalo Castilla, coordinador del Grupo de Psicología del Envejecimiento de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, considera que el problema no está en el cambio de modelo social, sino en la adaptación a los problemas que genera esa evolución. “Los avances de nuestro modelo de sociedad tienen que tener asociados cambios en los estilos de vida globales; los avances médicos nos aportan más esperanza de vida, pero también más posibilidades de situaciones de pérdidas y dependencia; más miembros de la familia trabajando para sufragar los estilos de vida que tenemos, pero menos tiempo para dedicar a los seres queridos; más posibilidades de comunicarnos desde la distancia con la tecnología, menos momentos cercanos compartidos; menos natalidad y menos miembros en las familias, más posibilidades de estar solos en el futuro”.


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